¿Cómo reaccionas cuando surge una oportunidad inesperada?

Las oportunidades suelen ser también un desafío. Pedimos cambio, pedimos movimiento, pero cuando la oportunidad surge aparecen también los “¿y si?”

¿Y si no se hacerlo? ¿Y si no lo hago bien? ¿Y si no estoy preparada?...

Hay situaciones que vistas desde fuera no son complejas, y sin embargo, nos paralizan, no acabamos de dar el paso evidente, postergamos decisiones…

Porque tenemos miedo, un miedo inexplicable, pero poderoso que nos bloquea.

¿Te suena? ¿Entonces qué solemos hacer?

Juzgamos nuestro miedo y así sumamos culpa y vergüenza por no poder con algo aparentemente sencillo. Intentamos negar el miedo y nos agotamos tirando de fuerza de voluntad sin avanzar demasiado.

¿Cuáles son tus dones?

¿Los vives? ¿Los aceptas?

¿Pueden ser suficiente para ti?

A veces tendemos a compararlos con los dones de los demás. No los hacemos enteramente nuestros porque aparentemente no lucen tanto o aún no han dado sus frutos y pensamos que los dones de otros son mejores, los desechamos.

¿Qué forma toman tus resistencias?

Tenemos en manos un proyecto que nos entusiasma, que nos da vida, sentimos todo el empuje y vamos a por ello…hasta que aparecen las resistencias.

Un buen proyecto, personal o profesional, seguramente nos obliga a tomar riesgos, nos hace de algún modo vulnerables.

En un proceso terapéutico, a menudo el desafío es tolerar y estar el tiempo suficiente en los espacios difíciles de definir, respirándolos, sintiéndolos y profundizando en ellos.

Si se tolera la incomodad, el no saber, el miedo, se abre la posibilidad de que algo nuevo surja o de que algo perdido se recupere.

Puede parecer contra intuitivo, sin embrago, una vez lo hemos experimentado, el miedo inicial se transforma en entusiasmo…el entusiasmo de aventurarnos en nuestro universo interno y ganar más de nosotros mismos. 

Si estamos demasiado dedicados al hacer, quizás no dejamos tiempo suficiente para simplemente ser.

Puede que aquietarnos nos asuste, por miedo a aburrirnos, a sentir que perdemos el tiempo, a sentirnos solos o a conectar con lo que nos pasa y sentimos…sin embargo es desde la quietud que algo nuevo y relevante puede emerger.

Cuanto más presentes estamos, más sentimos, crece nuestra capacidad para sintonizar y empatizar y crece nuestra compasión.

Nuestro organismo está en un continuo equilibrio dinámico. Millones de transmisiones, reacciones, decisiones, perfectamente coordinadas, tienen lugar a cada momento. La capacidad de adaptabilidad de nuestro de cuerpo a los cambios en el ambiente externo e interno es enorme.

Si nos detenemos a pensarlo, la salud, como resultado de esta acción coordinada y eficiente, parece que tendría que ser la excepción y sin embargo es nuestro estado natural.

El no saber, la incertidumbre, pueden resultar muy inquietantes.

Tensamos la mente y tensamos el cuerpo, en un intento fútil de adelantar tiempos y ritmos. Si le pongo más esfuerzo, más pensamiento, más intención, entonces sabré. Si me tenso al máximo estaré haciendo algo, tendré algo de control.

Quizás es en las épocas difíciles cuando se hace más evidente el beneficio de tener una práctica diaria de meditación.

Cuando nuestra mente no entiende lo que está ocurriendo y las emociones parecen demasiado intensas, el aire fresco que entra por nuestra nariz puede ser el mayor de los consuelos.

Algo ocurre cuando nos encontramos en el silencio, se abre espacio para una escucha profunda, para aquello que realmente quiere ser expresado.

Una sesión es un encuentro. Primero y fundamentalmente nos asentamos en el encontrarnos. Se  co-crea un espacio en el que no hay nada que hacer y en el que no hay nada que pedir. Un espacio de intimidad y profundidad desde el que la sesión surge por sí misma.

En una sesión de Biodinámica Craneosacral es habitual que se despierten sensaciones. Sentimos a nuestro cuerpo fluir, latir, contraerse, expandirse, cambiar de temperatura…Sentimos el cuerpo desde dentro. Sentimos la parte y sentimos el todo. Sentimos cómo ese órgano, músculo, estructura que nos aqueja hace “cosas”. Sentimos que lo que ocurre allí, despierta algo aquí. Sentimos que nuestro cuerpo está vivo, que “sabe” algo que nosotros no sabemos. Esto nos ayuda a establecer una relación íntima con nuestra corporalidad, nos ayuda a encarnarnos un poco más.

Estar realmente en el cuerpo es un recurso fundamental. Todos estamos en algún grado disociados, desconectados del cuerpo, especialmente si hemos sufrido trauma. Esta desconexión es una estrategia de defensa útil en momentos concretos pero que nos resta vitalidad y paradójicamente, nos deja más expuestos, si se cronifica. Cuanto más presentes estemos en nuestro cuerpo, más a salvo a estamos y somos más capaces.

Los momentos en los que nos desconectamos, son momentos en los que le estamos diciendo no a la vida, no a estar aquí, lo cual es válido e importante. Tenemos que conocer nuestro NO, los sitios y maneras en que negamos la vida para poder abrazar al SI. Son sitios además que requieren mucha paciencia y amabilidad ya que responden a un miedo o incluso terror muy reales. 

Fuerzas Primordiales y Fuerzas Externas

Desde una perspectiva Biodinámica, la Salud siempre está presente. Las Fuerzas Primordiales que nos originan, forman, organizan y sustentan a lo largo de nuestra vida están siempre presentes desde el momento de nuestra concepción. 

Tener una experiencia humana implica también el encuentro inevitable con Fuerzas Externas que nos condicionan desde el momento mismo de nuestra concepción: experiencias difíciles, patógenos, trauma físico y emocional, un entorno que no responde adecuadamente, disgustos, decepciones…

La visión tradicional nos dice que el cerebro es el gran responsable de nuestro bienestar y percepción. Sin embargo, en los últimos años vamos descubriendo y comprendiendo que el corazón tiene un rol igualmente importante. Esta visión más holística invita a plantearse preguntas acerca de sus implicaciones y aplicaciones.  

El cerebro del corazón

El corazón cuenta con un sofisticado sistema nervioso propio, un cerebro, mediante el cual recopila información de los distintos órganos, incluido él mismo, la procesa y la envía al cerebro craneal afectando significativamente su actividad.

Con cada latido el corazón transmite patrones neurológicos, hormonales y electromagnéticos.

Una de las principales vías de comunicación entre estos dos cerebros es el nervio vago, con mayor conexión neural desde el corazón hacia el cerebro craneal que viceversa. 

El corazón envía sus señales al tronco encefálico, participando así en la regulación de los sistemas respiratorio, digestivo, cardiovascular, hormonal e inmune. También al tálamo y amígdala, centros superiores del cerebro vinculados a la percepción, toma de decisiones y procesos cognitivos. E incluso al resto del córtex, alterando las ondas cerebrales y modificando al funcionamiento del cerebro.  

Por tanto el corazón afecta profunda y significativamente a nuestra fisiología, salud y bienestar y también a nuestra percepción, estado emocional, procesos cognitivos, claridad mental, creatividad y desempeño.