Si estamos demasiado dedicados al hacer, quizás no dejamos tiempo suficiente para simplemente ser.
Puede que aquietarnos nos asuste, por miedo a aburrirnos, a sentir que perdemos el tiempo, a sentirnos solos o a conectar con lo que nos pasa y sentimos…sin embargo es desde la quietud que algo nuevo y relevante puede emerger.
Cuanto más presentes estamos, más sentimos, crece nuestra capacidad para sintonizar y empatizar y crece nuestra compasión.
La presencia es una cuestión de grado. Al incrementar nuestra capacidad para sostener y sentir nuestra propia experiencia interna, emociones y vitalidad, somos más capaces de estar presentes para nosotros mismos, los demás y la vida.
Si estoy presente, tengo mi sitio. ¿Cuántas veces decimos no tengo mi sitio o no me dan mi sitio? Al hacernos presentes el espacio se re-organiza a nuestro alrededor y ocupar nuestro sitio es inevitable.
La vida siempre nos encuentra en donde estamos; pero primero hace falta que estemos presentes.
Prueba en este momento sentir tus isquiones, los huesos sobres los que te sientas, nota cómo se clavan con firmeza en el asiento. Siente la fortaleza de tu cuerpo y tu espalda erguida. Siente la fluidez y el ritmo de tu respiración. Conecta con el latido de tu corazón y el fluir de la sangre en tu cuerpo.
Desde esta corporalidad, siente tu dignidad, tu poder y el derecho intrínseco al ser. Nota ahora cómo te sientes en el espacio que ocupas. Respira en esta sensación unos minutos. Si te cuesta conectar con estas sensaciones, nota las resistencias y ten curiosidad con ellas. ¿Qué creencias, juicios, imágenes, sensaciones se activan?
Por Verónica Lassus
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