
Quizás es en las épocas difíciles cuando se hace más evidente el beneficio de tener una práctica diaria de meditación.
Cuando nuestra mente no entiende lo que está ocurriendo y las emociones parecen demasiado intensas, el aire fresco que entra por nuestra nariz puede ser el mayor de los consuelos.
Tomar consciencia del regalo que es la respiración; la respiración nunca nos abandona y siempre podemos regresar a ella. Sentir que el aire que inspiramos es una ofrenda de amor. Respirar y sentir que en medio del dolor y la confusión la vida sigue fluyendo como un río. Vida nueva fluyendo hacia nosotros; vida nueva fluyendo a nuestro alrededor.
En la respiración encontramos el refugio de la “bondad básica” del momento presente. Desde la calidez, suavidad y solidez de nuestro de cuerpo y desde la fluidez de nuestra respiración podemos acceder a nuestra propia compasión y contener nuestra experiencia por intensa que sea.
En lo inmediato e íntimo del momento presente la mente se puede aquietar y la profundidad de las emociones se puede sentir y tolerar. La práctica nos devuelve a nuestro centro, ayudándonos así a estar presentes en nuestras vidas con más aceptación y compasión.
La práctica nos inspira a abrirnos a recibir la vida nueva que se nos ofrece y a dejar ir lo que ya no tiene vida.
Por Verónica Lassus
Escribir comentario