Nuestro organismo está en un continuo equilibrio dinámico. Millones de transmisiones, reacciones, decisiones, perfectamente coordinadas, tienen lugar a cada momento. La capacidad de adaptabilidad de nuestro de cuerpo a los cambios en el ambiente externo e interno es enorme.
Si nos detenemos a pensarlo, la salud, como resultado de esta acción coordinada y eficiente, parece que tendría que ser la excepción y sin embargo es nuestro estado natural.
En biodinámica craneosacral nos orientamos al principio que está por detrás de este equilibrio dinámico continuo, potenciando así la capacidad natural de nuestro organismo para la salud. Y dado que nuestro organismo tiene una gran capacidad de adaptación y ajuste, responde y “colabora” cuando su potencial es activado.
El enfoque siempre debe estar puesto en la Salud, en la capacidad del organismo para re-equilibrarse, re-organizarse y encontrar bienestar. Esto en teoría está muy bien, pero en la práctica requiere que el terapeuta esté muy vigilante. Es tentador centrar la atención en el patrón, el fenómeno local.
Una y otra vez debemos regresar a sostener y atestiguar el mayor potencial de la persona. Porque es desde ese potencial que surge el proceso de sanación. Y porque
es profundamente empoderador. Es transformador tener una experiencia directa, sentida en nuestro cuerpo, de nuestro potencial, de nuestros recursos y es transformador sentirnos recibidos en
nuestro potencial.
La sesión a menudo emerge de la llamda “quietud dinámica”. En este estado hay un soltar y dejar ir del cuerpo, la mente se acalla y serena, un minuto se siente
inmenso. Pero va mucho más allá de una relajación profunda. Es un portal a la experiencia del ser, nos acercamos a nuestra propia fuente, nos acercamos a un campo de posibilidades infinitas
y a nuestro poder más profundo. Por eso el adjetivo “dinámica”, en esa quietud hay vibración, potencia, vida. Desde aquí emergen procesos de sanación precisos y potentes; como terapeutas nuestra
tarea es sostener la intensidad y sacralidad del proceso y atestiguarlo.
Por Verónica Lassus
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